Con esa premisa, Turn 10 ha intentado que Forza Motorsport 3 sea un juego de conducción exigente pero para todos los públicos. Un simulador capaz de divertir a los que, como un servidor, nos lo pasamos especialmente bien esquivando tráfico y derrapando a lo loco con una rubia en el otro asiento del descapotable. ¿Conceptos opuestos? Veámoslo.
La búsqueda de la accesibilidad, el Santo Grial de esta generación, resulta evidente desde el primer momento. Que un buen hombre te guíe con su voz por los menús —infinitamente más elegantes y agradables que en Forza 2— es como muy para novatos. Todo está muy explicado, contemplando la posibilidad de que esta sea tu primera vez. Si no lo es, igual te jode un poco no poder saltar la carrera de presentación al volante de un Audi R8, pero me temo que aquí hay contrato con la firma alemana de por medio.
En esa dirección van también las nuevas opciones en lo relativo a la dificultad. A las ayudas ya conocidas, como ABS, control de tracción o la ahora omnipresente línea de carrera se suma ahora el frenado automático, para que sólo te preocupes de girar el volante. ¿Excesivo? Tal vez, pero no deja de ser algo desactivado por defecto y que así se quedará para la mayoría de jugadores.
Cualquiera encontrará una configuración óptima entre lo insultantemente fácil y lo frustrante, pero lo ideal sería aprender y progresar hasta llegar a jugar como Dios manda, sin ayudas. Sin embargo, es fácil acomodarse y acabar dependiendo totalmente de las flechitas verdes que se vuelven rojas. El juego podría incitar a ello de forma más descarada —unos cuantos créditos más no son aliciente suficiente—, pero es cierto que, de un modo sutil, su propia naturaleza invita a hacerlo. Sin ir más lejos, ha supuesto mi reencuentro con el cambio de marchas manual que, por vago cabrón, llevaba sin usar desde Sega Rally. El de Saturn, ¿eh?
Por suerte, todas esas rueditas para prinsipiantes no cambian lo que ha sido siempre Forza. La impresión de estar en una competición sigue sorprendentemente intacta gracias a la magnífica IA de los rivales —unos más agresivos que otros, con reacciones muy creíbles, con sus errores no forzados— y a un sistema de conducción realmente bueno. No creo que sea necesario volver al debate de si Forza Motorsport 3 es o no un simulador. Por el comportamiento de los vehículos, lo mucho que se notan las diferencias entre unos y otros, la cantidad de parámetros que tiene en cuenta el motor de físicas y las consecuencias que tienen los daños en el motor, la dirección o las marchas, está claro que el juego de Turn 10 busca acercarse a la realidad, por mucho que otras propuestas lo hagan más todavía. Por encima de si es más o menos real está, en mi opinión, lo auténtica que se percibe la conducción aquí.
Precisamente por eso se echan especialmente de menos las carreras bajo la lluvia o con el asfalto medio helado. Y algún circuito nocturno también habría estado más que bien; me conformaba con el de New York.
El motor de físicas también tiene sus fallos, a pesar de todo. Yo, como no-conductor, lo que está bien hecho sólo puedo intuirlo. En cambio, no tengo la menor duda cuando me topo con algo que está mal1 y por lo tanto sé que el motor de físicas de Forza 3 no es impecable. Cuando ves que un coche volcado “intenta” darse la vuelta, lo mismo. Se nota y se agradece el empeño en mejorar este aspecto en cada edición, pero es una pena que el sistema de daños se siga viendo algo limitado; podría ser un elemento distintivo que le iría muy bien a la saga, pues la línea que separa lo sobrio de lo falto de personalidad sigue algo borrosa.
Ninguna queja, en cambio, en relación a la modificación y el tuneo de los vehículos. Comprar y cambiar piezas es ahora más cómodo que nunca gracias a la opción de mejora automática, que se adapta a la pasta que tienes en ese momento y a las necesidades de tu próxima competición. Los ajustes más para expertos, como la posibilidad de decidir cómo de largas quieres las marchas y demás, es algo que siempre me ha quedado grande, lo reconozco. Pero ahí están.
El modo carrera ha sufrido también una metamorfosis importante. Ahora hay un calendario y cada fin de semana debemos participar en una prueba puntuable del campeonato del mundo una determinada clase —superior año tras año—, determinada como siempre por el rendimiento de los coches que participan. Entre semana la cosa es mucho más libre, y podemos elegir entre tres propuestas que cambian en función del vehículo que sacamos del garaje. Todo esto, que podría añadir dinamismo y coherencia, se ve empañado por un par de fallos. En primer lugar, resulta bastante incómodo estar constantemente cambiando de coche para ver si nos ofrecen algo que nos convenza más. Pero lo que a mí más me fastidia es no saber dónde voy a correr hasta que he confirmado el evento y ya no hay marcha atrás; a veces tocan varias carreras seguidas en la misma localización.
El modo online sigue siendo de lo más completo, ordenado y estable que hay. Y es en esas carreras, como era de esperar, cuando los piques y la diversión van al máximo de revoluciones.
Pero esa es sólo la mitad de la relación del título con Internet. La otra es el Escaparate, una auténtica red social con perfiles de jugador, fotos, repeticiones, vinilos, diseños y configuraciones para compartir y vender por créditos del juego. El juego no tiene rival en esto de personalizar los coches por fuera, y aunque es una lástima lo de no poder importar diseños del anterior título, la intriga por ver qué logrará hacer la gente con más talento y paciencia forma también parte de este juego. Está por ver qué permisividad habrá con el tema del copyright —ya en la red para desarrolladores y periodistas borraron varios vinilos, entre ellos mi Sonic—, pero no hay duda que Forza Motorsport 3 es un paso adelante en la integración de ese ente llamado Comunidad y nuestros adorados Jueguicos.
Ya tocaba lo de la nueva cámara situada en la cabina del piloto. Inestimable es su contribución a la inmersión y a la espectacularidad, pero por la falta de dinamismo —no pido que todos los juegos imiten a Need for Speed: SHIFT en eso, pero sí que tengan las famosas G un poco en cuenta— y por las manos que no se mueven del volante ni para cambiar de marcha, la satisfacción no es total.
La evidente falta de antialiasing es también algo preocupante. Suerte que la magnífica suavidad, los 60 fps más que constantes, y la lograda sensación de velocidad —no con los primeros coches, pero sí al llegar a Nürburgring con un motor de varios cientos de CV— lo compensan. Magníficos como siempre, eso sí, los efectos de sonido.
Forza Motorsport 3 es, de largo, el mejor juego de una saga que él mismo se encarga de consagrar. La fórmula que propone da como resultado una conducción agradable, exigente y satisfactoria a partes iguales y la dosis de simulación está en su justa medida. Es también, seguramente, el juego de coches más completo aparecido hasta ahora en cualquier consola. Pero a pesar de ser un imprescindible para todo aficionado al género, su ambición no tapa sus fallos ni compensa la falta de atención en algunos detalles.
Nota: 8
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